viernes, 7 de junio de 2013

Esa grieta que se abre a nuestros pies


Ilustración 
de 
Edward Gorey

El siguiente texto de Rosa Montero apareció en su columna Lecturas compartidas del suplemento cultural Babelia del periódico El País el 22 de Diciembre de 2012.

Atención: recomendable haber leído antes la novela 


Rosa Montero

Esa grieta que se abre a nuestros pies


Hasta que no cayó en mis manos la novela Siempre hemos vivido en el castillo, de Shirley Jackson, escrita en 1962 y publicada en España hace un par de meses por esa maravilla de editorial que es Minúscula, no había escuchado nunca hablar de la autora: una gota de agua más en el vasto océano de mi ignorancia. Según informa la solapa del libro, Jackson (San Francisco, 1916-Benington, 1965) fue una autora de culto que ejerció gran influencia en un buen puñado de autores famosos, entre ellos Stephen King. Que el rey del terror la tenga entre sus referencias puede darte una idea del perfil de este relato: sí, en efecto, es espeluznante.
Y lo es de una manera sorpresiva y turbadora. Cuando abrí la novela no me esperaba caer atrapada desde las primeras páginas dentro de una atmósfera tan pegajosa e inquietante. Dentro de una historia a todas luces diferente y contada desde un lugar mental muy pocas veces frecuentado. Merricat, la protagonista y narradora de la historia, es una chica de dieciocho años. Lo dice ella misma en la primera línea del texto, pero de alguna manera su voz no parece tener esa edad; casi siempre la creemos más joven, y en ocasiones nos resulta mucho más vieja, Quiero decir que, desde el primer momento, el lector comprende que hay algo que no encaja. Hay una mínima grieta que recorre el suelo bajo nuestros pies: una línea apenas visible del grosor de un cabello. Merricat nos introduce inmediatamente en un ambiente social peligroso y opresivo: la narradora está haciendo la compra semanal en en las tiendas del pequeño pueblo en el que vive, y ese acto, tan sencillo para todo el mundo, constituye para ella una prueba de valentía y una terrible angustia, porque los vecinos se meten con ella de una forma brutal e incomprensible. La humillan, se burlan, la agreden. Merricat lo soporta como puede, intenta desarrollar estrategias defensivas, procura fortalecerse mentalmente. Pero es como un conejito perseguido por lobos, como una niña indefensa a la que los bárbaros acosan. Los lectores no entendemos el porqué de tanta violencia, pero nos la creemos; vamos viendo que hay algo que ha sucedido, algo tremendo en el pasado de la chica. Crece nuestra incomodidad y la grieta se abre medio milímetro.

Margherita Manzelli
Las posibilidades son infinitas
(1996)

Merricat regresa por fin al refugio de su “castillo”, de su casa, una mansión de ricos en las afueras del pueblo en donde vive con su hermana mayor Constance, que es como una hada buena, y con su tío, un hombre muy enfermo. Respiramos de alivio, como Merricat, al llegar al abrigo de esa cocina diáfana e iluminada por el sol. Pero la tranquilidad nos dura muy poco; en realidad, ese entorno dulcemente familiar empieza a deslizarse enseguida hacia lo tenebroso. EL peligro que antes presentíamos proveniente de los vecinos del pueblo comienza a agolparse aquí, en el interior de la casa, en el corazón mismo de la extraña intimidad de Merricat. Con una maestría escalofriante, Jackson va sembrando su relato de pizcas venenosas, hasta convertir la cotidianidad de esa familia en un ambiente perverso que la restellante luz y el aroma de las magdalenas recién horneadas no hacen sino empeorar. Primera lección: el horror no siempre se oculta en la oscuridad, lo cual resulta todavía más amedrentarte. A estas alturas la grieta tiene ya un par de centímetros de anchura u amenaza con abrir la tierra a nuestros pies.
La tensión va subiendo hasta que, en la última parte de la novela, estalla un paroxismo de destrucción y enfrentamiento, en una apoteosis casi operística por lo monumental y melodramática. No es lo que más me gusta; prefiero con mucho el relato anterior, mínimo y asfixiante. De alguna manera, siento que la acción se desplaza a otro nivel, más simbólico, menos realista. Pero, aún así, es un libro soberbio. Y lo es, sobre todo, por esa tremenda y poderosa recreación del mundo tal y como lo ve una mente enferma. Indudablemente Merricat padece un desequilibrio psíquico; y su verdad está tan bien contada que leer este libro es como viajar a los confines más remotos de la Tierra. Desde esos ojos, las cosas más habituales se convierten en algo muy distinto. Ahora puedes regresar con la memoria a las primeras páginas del libro, a ese inolvidable paseo por el pueblo, al tremendo miedo que Merricat sentía, a la violencia percibida. Real, desde luego: ¿pero también multiplicada por esa percepción trastornada de la vida?
Nada más terminar la novela, me lancé a googlear la vida de Shirley Jackson: m avergüenza confesarlo siendo yo misma escritora y detestando que los lectores se empeñen en rastrear las novelas buscando ecos biográficos. Pero también soy humana, en fin, y además la desquiciada voz de Merricat es tan real y tan difícil de conseguir que quise investigar qué podía haber detrás. Y detrás, como en toda vida, sólo hay oscuridad. Dicen que fumaba mucho, que estaba obesa, que sufrió varias afecciones psicosomáticas y neuróticas, que todo esto y las múltiples medicinas que tomaba pudieron ser la causa de su temprana muerte a los 48 años. Otros dicen que se sintió perseguida en uno de los pueblos en los que vivió. Sus retratos muestran una mujer inquietante; aunque quizá sólo sea la impresión que ha dejado en mí su tremendo texto. Una no puede por menos que pensar en el desesperado dolor psíquico, en la angustia de quien se siente distinto y no comprendido. En la persecución y el ostracismo que sufren las personas con enfermedades mentales, a causa del prejuicio de la mayoría. ¿Sintió algo así en algún momento Shirley Jackson? No sé: su novela está demasiado bien estructurada: no es un texto testimonial, sino sin duda la obra de una gran profesional. En fin, sobre el misterio que siempre es el Otro sólo hay rastros difuminados, complicidades, intuiciones. Y esa grieta que amenaza con abrirse bajo nuestros pies.


3 comentarios:

Insonrible dijo...

Muy sensible ver a Shirley Jackson desde el filo/borde de una grieta, que es la vida.

Toronto dijo...

"Indudablemente Merricat padece un desequilibrio psíquico; y su verdad está tan bien contada que leer este libro es como viajar a los confines más remotos de la Tierra " Conexiones la sartén: vio Merricat a los hombres cerdo de Hodgson correr por los jardines de su castillo? No dejan de ser viajes al interior de la mente (demente).

Pepa dijo...

Siempre hemos vivido en una Sartén...agrietada.