lunes, 28 de diciembre de 2009

Monster Moon


Monster Moon


Yo no sé cantar y la vida es un cruce de caminos. Una verdad y un tópico que casi lograron amargarme aquella navidad de 1957.

La noche del 23 de diciembre, cuando salía de la librería Strand Book Store, a las 8 y 27 de la noche, nevaba. En el número 828, justo en la esquina de la calle Broadway con la calle 12, las luces de la tienda lograban crear un efecto visual en el que los copos de nieve caían en un rectángulo iluminado. Parecía que fuera de ese rectángulo no continuara la nieve. Por toda la ciudad, y gracias a las luces de los miles de escaparates, la nieve caía extendida en lienzos con formas geométricas.

Abandoné la Strand Book Store muy contenta conmigo misma porque había conseguido realizar mis compras para los regalos de navidad: algunos libros publicados en 1957 y que estaban dando mucho juego a los críticos literarios del The New Yorker. Entre otros títulos, llevaba dentro de mi bolsa de papel marrón, bien envueltos en papel de regalo, Justine -el primer volumen de El cuarteto de Alejandría-, de Lawrence Durrell; Conducta verbal, del psicólogo B.F. Skinner; El gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa; Desde Rusia con amor, de Ian Fleming; y En el camino, de Jack Kerouac (que me había autoregalado). Mis amigos y parientes Michael, Mona, Lisa, Leo y Beth seguramente me lo agradecerían.
Yo estaba tan contenta que ni me daba cuenta de que al salir de la librería, iba canturreando una casi inaudible melodía sin letra tipo "na, na, over the rainbow... na, na, ná...". Así durante tres manzanas más a lo largo de la calle Broadway cuando, al pararme en un semáforo, alguien me dijo:

- Señorita, ¿le apetece tomar un Monster Moon en el bar de Larry para brindar por el espíritu de la Navidad?

Me giré porque la frase me pareció de lo más manida y extraída de alguna trasnochada película de Fred Astaire. Arqueé las cejas y contemplé a aquel individuo que se atrevía a invitar de una manera tan cursi a una chica cargada con una bolsa en donde se encontraban las perlas literarias del año. Este detalle me hizo sentir muy superior a él, así que ni siquiera le contesté.
Avancé dos manzanas más y volví a pararme en otro semáforo. El tal individuo volvió a pararse junto a mí y yo soplé con gesto impaciente:

-Bueno, si no le gusta el Monster Moon, quizás podríamos tomar un Hanker. Larry los prepara como los ángeles -dijo el individuo.

Aquello iba de mal en peor. Aquel "como los ángeles" me había dejado muerta. K.O. Fuera de combate.

Continué avanzando y al cabo de otras dos manzanas, volví a pararme en el semáforo y el individuo volvió a pararse junto a mí.
-Ah, ya hemos llegado. Señorita, este paseo con usted ha sido un placer. Ahí está Larry, preparando ya mi Manhattan diario.

Giré la cabeza a la derecha y, efectivamente, en la esquina había un bar con el rótulo de Larry's. El hombre se despidió y entró en el bar. Yo continué mi camino y al cabo de 4 días comencé a recibir llamadas en las que nadie hablaba pero sí canturreaba bajito "na, ná... over the rainbow...". No sé cómo, pero aquel tipo había conseguido mi teléfono y me acosaba con llamadas intimidatorias e intempestivas.

Pasaron los días y las llamadas no cesaban. Así que tras pasar la última página de En el camino, decidí que me acercaría a Larry's, sobre las 8 y 27 de la noche, para rogarle que parara con las llamadas telefónicas.
Retomando el camino del día 23 cargada con los libros, logré encontrar el bar. Entré y el supuesto Larry estaba detrás de la barra, limpiando la madera de la misma de manera muy profesional. Pero el individuo de los semáforos no estaba allí dentro. Le pedí al camarero un Monster Moon para ver si esas dos palabras realizaban algún efecto sobre él. Como un código secreto. Me sirvió sin rechistar. Tardé como unos 15 minutos en tomármelo. Durante ese tiempo, no entró nadie en el bar y, como estaba cómoda, decidí tomarme otro para ver si aparecía el hombre de los semáforos.

Pedí un Hanker. Esta vez el camarero me miró de una manera que yo interpreté inquisitivamente. Así que me animé y le pregunté:

-¿Sabe si hoy vendrá el señor que cada día se toma su Manhattan en este bar?

-Señorita, hay varios caballeros que vienen cada día a mi bar a tomarse su Manhattan.

-Es uno que habla como en las películas de Fred Astaire. De manera un poco cursi -contesté.

-Ah, debe ser el señor Espíritu de la Navidad -contestó.

-Me está tomando el pelo. Que sepa que ese señor me llama cada día y me canta una melodía que me escuchó tararear en la calle. Comienza a darme miedo.

-Bueno, es muy perfeccionista. A lo mejor la llama para darle el tono adecuado. Quizás usted no cante muy bien, señorita -contestó Larry.

Tras un primer sorbo a mi Hanker, hice un esfuerzo por recordar el tono del Sr. Espítitu de la Navidad y canté imitándolo. Me sorprendí a mí misma porque sonaba muchísimo mejor que otras veces que yo lo hubiera tarareado.

-El Sr. Espíritu de la Navidad seguramente sabía lo que se hacía. Dijo el camarero.

Me acabé mi Hanker. Pagué y me fui a mi casa.

Las llamadas cesaron y todavía no sé si acabar de creer que esta historia me pasó verdaderamente o no. No recuerdo si aquellas navidades estuve enferma y tuve algún tipo de delirio. Lo único que sé es que en la última página de En el camino, escribí esta cita de Kavafis que no recuerdo haber escrito:

La ciudad es una jaula. / No hay otro lugar, siempre es el mismo / puerto terreno, y no hay barco / que te arranque de ti mismo.!Ah! ¿No comprendes / que al arruinar la vida entera en ese sitio, la has malogrado / en cualquier parte de este mundo?

(L.H.O.O.Q. Marcel Duchamp, 1919)

3 comentarios:

Toronto dijo...

Gracias Insonrible por este cuento tan bonito y tan cool. Gracias también por regalarme esa cita de Kavafis que grabaré en mi cabecita loca para empezar el año sacando pecho y jincando riñones! Felices fiestas!

Samedimanche dijo...

Me tomo un Cosmopolitan y brindo por su talento!!

Insonrible dijo...

De nada. Es que me motiváis.