No toda ignorancia literaria nos avergüenza del mismo modo. Para cualquier aficionado español del fantástico y, dentro de éste, del terror, Lovecraft, Poe o Barker son de obligado conocimiento. W. H. Hodgson hasta hace poco no. Nadie se avergonzaría admitiendo no saber quien era. ¿Por qué? La respuesta es más difícil que un simple “porque no está a la altura de los otros” y pasa por factores como el azar, el subjetivismo empresarial que decide si publicar o no tal material, la necesidad de no copar un mercado con todo lo que hay y restringirse a unos pocos autores reconocidos... No basta con ser un genio. Además de serlo has de tener la suerte de que la publicidad esté contigo. Y los editores también, claro.
En cualquier caso, un buen día, alguien decide publicar los relatos marinos del escritor inglés y voilà!, un grupo de seguidores en habla castellana aparecen como setas para rendirle tributo. Si quieren buscar un ejemplo de admirador incondicional aquí me tienen, yo les sirvo. ¿Pero qué sabemos en España sobre Hodgson? En mi muy modesta opinión, bien poco. Vayamos hasta el principio y ordenaremos las piezas que he conseguido de este rompecabezas improvisado. Si encuentran que faltan piezas clave les agradeceré que me las remitan en forma de mensaje. Este tipo, Hodgson, parece interesante...
Inglaterra, tierra de fantasía .
Para los aficionados es común el mito de que la tradición anglosajona es bastante más amable con la ficción fantástica que la hispana. De hecho no es difícil encontrar aficionados que aseguran que escribir un cuento de horror o de fantasía allí no está penado con la etiqueta de pueril o absurdo. Y creo que como mito no funciona porque podemos creerlo. Al menos si nos atenemos al hecho de que han escrito género fantástico plumas tan prestigiosas como Shakespeare, Oscar Wilde (y muy bien, por cierto, aunque no olvidemos que era irlandés), Henry James (aunque sin excesos, algo tal vez más atmosférico), Chesterton, H. G. Wells, Stevenson (en, ejem, Escocia), Kipling (en la India y fuera de sus fronteras),... La lista es larga y fructífera. Y aunque no es el tema, citaré a los franceses Balzac o Flaubert como ejemplo de que los más grandes han amado lo imposible. Y a Borges le debemos algunos ensayos más que interesantes sobre el tema. Dicho esto podemos entender que Hodgson no es un rara avis en su hermoso y ajardinado país. ¡Lo curioso es que incluso en su propio país, con los vientos favorables a su estilo, estuvo a punto de desaparecer en mitad de la ignorancia y el olvido!
15 de Septiembre de 1877, saludamos al pequeño Hodgson
William Hope Hodgson, hijo de un clérigo de Essex, retoño dentro de una familia numerosa con doce hijos, no lo tuvo fácil desde su más tierna infancia. Los excesos de la natalidad nunca han propiciado la comodidad de los hijos. Y hablamos de otros tiempos, esos en que los hijos abandonaban el nido a la primera posibilidad, con o sin contrato inmobiliario o hipotecas o subvenciones del gobierno. Lo importante era la fuga del hogar paterno que, imagino, no sería la fuente de comodidades que nos ofrecen ahora los nuestros. Tampoco los padres pensaban entonces como ahora. La ciudad ya era un lugar donde se disparaban los precios y existía la plaga de la especulación (al menos en Londres y en su infernal West End que conocemos por Jack London). Pero Hodgson no buscaba piso ni vivía en Londres.
Es por eso que a temprana edad el pequeño William se hizo a la mar enrolándose en la marina mercante de su país, previo pago de la tasa de embarque. Hodgson viajó cuatro años sobre la madera de los barcos que le acogieron, bastante menos que su colega americano de profesión y oficio, el creador de Moby Dick, Herman Melville. A diferencia de este reconocido (aunque tampoco en vida) escritor, Hodgson no amaba esas llanuras de océano oscuro, gigante, misterioso, verdaderamente ominoso. Buscando semejanzas con Melville hay que decir que el americano también nos muestra una criatura enorme y terrible: la ballena blanca.
Para los amantes del territorio salado a los que no les interese la literatura, Hodgson es un traidor. Y es que el agua del mar que nos narra no es precisamente halagüeña. Más bien se trata de un criadero de seres fantásticos empeñados en destruir violentamente al hombre, de barcos repletos de polizones fantasmas, de catástrofes naturales contra las que un simple cascarón de nuez no puede hacer nada más que relegar su seguridad a los rezos de los marineros o a la suerte. Pero de toda experiencia negativa nace un conocimiento necesario. Sin ese sufrimiento de sus años marineros, sin esos superiores a los que despreciaba y que veía como gigantes malvados, autoritarios e injustos, sin el miedo a que la nueva tempestad fuese la última... nosotros nunca hubiésemos leído sus maravillosos relatos. Y él tampoco hubiese podido disfrutar escribiéndolos.
Algunas de sus palabras sobre la experiencia marítima son duras y rencorosas:
“...siendo un poco débil de constitución tuve la mala suerte de servir bajo las órdenes de un compañero de la peor calaña. Era brutal por más que no le diera nunca causa alguna... hizo mi vida tan desgraciada que al final tuve el coraje de retarle. Para todo el mundo era como la lucha de un Mastín contra un Terrier, él era poderoso y sabía como castigar al enemigo. Desde luego me dio una implacable tunda”.
Y en otras palabras a un amigo, en una carta de 1905, entendemos algo mejor la debilidad de nuestro escritor:
“Mientras que otros tienen la fortuna de nacer con setenta y dos pulgadas de alto yo apenas alcanzaba las sesenta y seis (entre un metro sesenta y siete o sesenta y ocho según mis cálculos)... Pero a cambio mi escritura es vigorosa, uno no puede pedirlo todo”
No, desde luego que no. Pero en el mar lo debiste pasar muy mal.
Claro que la experiencia no debió ser buena, pero el poso de conocimientos y fantasía que le dejaron sí. Podemos imaginarle escuchar en las noches de calma chicha, bajo las estrellas desnudas, las palabras pausadas de un viejo lobo de mar que le pondría al día de lo que los marineros antiguos habían vivido, habían creído, habían fantaseado, de sus leyendas y sus mitos... Todo eso le marcó tanto o más que la disciplina sucedánea del ejército de un buque de la marina mercante.
Entre 1902-1903, ya en tierra firme y sin deseos de abandonarla, nuestro autor enseña en la escuela Blackburn y publica algunos artículos sobre cultura física en las revistas locales. Su éxito o las palmadas en la espalda de los que le conocieran y le quisieran bien, debieron hacerle pensar ya entonces en buscarse la vida como escritor. Si de algo estaba seguro Hodgson era de su buen hacer con la pluma. De esa época tenemos una curiosa anécdota. El reto de Hodgson a Houdini.
Los días 24 y 25 de Octubre de 1902 salieron unos anuncios en la prensa que preparaban el gran reto. Hodgson había preparado el terreno con mucha sabiduría. La fama de Houdini como escapista ya era grande por no decir que única. Es por eso que William debió redactar estas sospechosas palabras que le envió a Houdini en una carta. Tal vez estaba usando el ingenio para vencer a la habilidad de Houdini:
Condiciones:
Traeré mis propios grilletes.
Usted traerá los suyos.
Si usted no se libera el premio será donado a la enfermería Blackburn(¿tramposo pero altruista?)
Si gana usted seré el primero en felicitarle. En caso contrario, la enfermería saldrá beneficiada.
Houdini aceptó el reto en otra escueta carta. Con ello aceptaba también las condiciones. O al menos las aceptó en un principio.
En el Palace Theatre, Houdini y Hodgson serían atados de manos con grilletes. También se les ataría las muñecas y las piernas. Ganaría el que antes se escapase de esa trampa autoimpuesta. Curiosamente, podemos dudar que Houdini pudiese escapar de la trampa que su rival le había preparado. Pero todo son especulaciones. Los hechos que conocemos son los que narra una crónica de un periódico de esa época.
Al parecer Houdini se quejó de buenas a primeras de los grilletes de su rival. Decía que estaban falsificados, que los veía forzados. Hodgson respondió que las condiciones que habían impuesto se habían aceptado previamente: “Cada uno usaría sus propios grilletes”. Ese era un argumento impecable. Es por ello que siguieron adelante con el reto frente a un interesado y morboso público que probablemente quisiera contemplar a Houdini y apostase por él más que por el desconocido maestro de gimnasia.
Al cabo de media hora de forcejeos el hermano de Houdini, entre la concurrencia, pidió que liberasen las manos de su hermano para que le circulase la sangre durante unos minutos. El doctor de la sala le apoyó y dijo que era lo más conveniente. Pero Hodgson se negó en redondo. Ese no era el trato y debió sospechar de la mala fe de su contrincante.
Tres cuartos de hora más y Houdini consiguió liberar sus manos. Eso le hizo volver a pedir tiempo prestado para que le circulase la sangre y al cabo de diez minutos seguir con el resto de la liberación(muñecas y piernas). Hodgson, testarudo, se volvió a negar. Él ya se había liberado aunque éste es un punto que no queda explicado con nitidez en la crónica. Lo que está claro es que cuando Houdini liberó el resto de su cuerpo le dijo a la audiencia que en catorce años de profesión nunca le habían tratado con tanta brutalidad y que (erre que erre) los grilletes del otro estaban forzados, no eran tan “legales” como los suyos. Pero ya para entonces un policía había ordenado a Hodgson salir de la sala para evitar disturbios y la tormenta de público airado que se le avecinaba. A las doce y cuarto de esa mañana la gente abandonó más o menos decepcionada el teatro.
Más tarde Hodgson alegaría que él no había falsificado nada y que ya era mucho no haberse retirado de la competición cuando el otro le había recriminado tanto y con tanta injusticia. ¿Quién estaba en lo cierto? Bien... Había unas condiciones pactadas y Hodgson las siguió al pie de la letra. Atendiendo a ese detalle nuestro escritor es irreprochable. Pero sólo son conjeturas. Como podemos conjeturar también si Houdini pagó o no el dinero a la enfermería Blackburn.
Hodgson cambia la gimnasia por la escritura
Por esa época Hodgson, además de sus artículos a las revistas deportivas, también escribía artículos y ensayos sobre temas marineros o sociales en gacetas literarias. Viendo que en el pequeño pueblo de Blackburn el negocio se le estaba viniendo a pique, y nunca mejor dicho, ya debió comenzar a sopesar la idea de hacerse escritor a tiempo completo. Y comenzó su carrera literaria.
The Goddesh of Death (Abril 1904) es su primera historia, vendida al Royal Magazine por 28 dólares. En 1905, en The Grand Magazine (donde publicaron grandes como Wells, Bernard Shaw o Sheridan Le Fanu), apareció Un horror tropical. El editor la tachó de horripilante pero tan magistralmente escrita que podía compararse con los mejores intentos de Defoe.
Tuvo muy buenas críticas con sus cuentos. Vivía de ellos más que de las novelas, de las que llegó a publicar cuatro. Éstas fueron bien recibidas por la crítica pero apenas tuvieron incidencia en su “nómina”. También publicó un libro de poemas que se costeó él mismo, esperando recibir beneficios a medias con su editor. No le fue bien y no ganó nada.
A pesar de todo hay que decir que su primera novela, Los botes del “Glen Carrig” (1907), es una maravilla inclasificable catalogada como terror marítimo o de aventuras. Lo mejor para hacerse una idea de lo que digo es hojear sus páginas, donde Hodgson recuperó de su pasado lo que había aprendido en su juventud naviera para relatar unos hechos sorprendentes en los que se ven envueltos unos marineros que han naufragado. Según José María Nebreda, un buen prologuista en nuestra lengua de Hodgson, su estilo del siglo XVIII es como un presagio de lo que hará en su más importante obra, El reino de la noche. Nos dice también que es una obra menor pero que se lee con mucho gusto. Es posible que sea cierto. En cualquier caso, si se lee sin referencia alguna sobre Hodgson y nos pilla desprevenidos... sorprende gratamente. Los marineros se las apañan como pueden contra crustáceos gigantes, calamares no menos desarrollados (los legendarios Kraken) y bancos de algas que paralizan el barco en mitad del mar por los siglos de los siglos... Claro que para eso están los heroicos marineros, para salir de cualquier aprieto que se les presente como modernos campeones del peligro. La inteligencia que vence la adversidad es uno de los mejores personajes del libro.
Su novela más famosa es La casa en el confín de la Tierra, editada por varias editoriales y colecciones, algunas de ellas muy recientes. En ella se nos explica la soledad de un hombre que contempla en una casa, por obra y arte de fuerzas que nuestra mente no puede entender ni entenderá (este nihilismo lo expresaría muy bien Lovecraft más tarde en sus propios escritos), el transcurrir de los siglos y el fin de nuestro mundo de aquí a unos cuantos millones de años. Los reportajes sensacionalistas de hoy en día que nos desasosiegan con este tema no lo hacen tan bien como Hodgson. Sin embargo personalmente, mira por dónde, sigo pensando que a William le va más lo del mar, por más que Lovecraft y otros me miren resentidos.
Los piratas fantasmas, en palabras del propio autor, completa la trilogía con las otras dos. Trata del acoso de un barco por parte de unos piratas sobrenaturales a los que casi no vemos. Desde el título Hodgson nos explica el tipo de fenómeno al que nos enfrentamos. La novela, sin embargo, es más terrorífica cuando todavía no vemos a esos piratas. Los marineros “parecen ver”, “intuyen”... hasta que el horror se muestra en toda su desnudez, nítido, hacia las últimas páginas. El relato recuerda a La niebla de Carpenter. Creo que él también la debió recordar bastante mientras la hizo.
El reino de la noche, para muchos su mejor obra, está escrita al estilo del XVII, y es donde Hodgson había depositado todas sus esperanzas. En ella cuenta las aventuras de un héroe del futuro en busca de su amada perdida en el peor de los mundos posibles, con miles de monstruos y criaturas con ganas de obstaculizar su hermosa labor romántica. Algunos no agradecerán demasiado el romanticismo del comienzo pero recordemos que todo era premeditado, que Hodgson experimentaba con el estilo y con la época de su historia.
El resto de su narrativa más terrorífica hay que buscarla en forma de cuentos. La voz en la noche, El terror del tanque de agua, El Albatros (me encantan las historias de naufragios desde que leí la aventura de Arthur Gordon Pym, aunque el Albatros es más suave), La nave de piedra... Sus narraciones no sobrenaturales son también dignas de mención pero se han publicado como último recurso, cuando los aficionados demandaban más Hodgson y debía consolárseles con algo.
No obstante su carrera se vio truncada por la primera guerra mundial. Si los primeros años de su juventud conocieron el horror silencioso del mar, los últimos conocieron otro peor, más apocalíptico y terrible si cabe: el de los hombres en guerra. Aquí tenemos otro motivo para despreciar el horror de la muerte que los humanos le causan a otros humanos. La primera guerra mundial se nos llevó a un gran escritor. En 1918 envió una carta a su madre dónde le describía lo que presenciaba en las trincheras tan bien como si narrase una obra de ficción:
“...en medio de aquella desolación, se erguían extrañas, amorfas, vacías masas levantadas por el hombre contra la Tormenta infernal que rugía por todas partes, noche y día, día y noche, en mitad de la más atroz Llanura de Destrucción. ¡Dios mío! Hablar de un Mundo Perdido... Hablar del Fin del Mundo; hablar de la “Tierra de la Noche”... todo está allí, a no más de doscientas millas de donde tú te encuentras, ajena a lo que sucede. Y la infinita, monstruosa, terrible sensación de lo que contemplo... la muerte que espera, sumergida... Si sobrevivo y, de alguna manera, puedo salir de aquí (y por favor Dios, espero que así sea), qué libro podría escribir si mi “vieja” habilidad con la pluma no me ha abandonado.”
Creyendo en su “vieja habilidad” y en la compensación que la naturaleza le había dado a sus defectos hasta el final de sus días.
Nunca regresó de esa guerra.
Los juegos de la posteridad
La fama o el éxito son caprichosos. Hodgson no llegó a saberlo tan bien como nosotros. O al menos no pudo averiguar lo que el destino le deparaba a sus escritos tras su muerte. Quizás especuló con una gloria y un reconocimiento postmortem que compensasen con creces el talento de su pluma (algo en lo que, como hemos visto, creía con creces). Sea como sea, sabemos que en 1907 publicó su primera novela Los botes del “Glen Carrig”. Los prólogos, siempre los prólogos de sus novelas, nos informan que después publicó, durante once años, novelas, colecciones de relatos y dos volúmenes de poesía. Tras su muerte, la escasa fama que había tenido se escapó por el desagüe del olvido.
En 1920 alguien debió disfrutar con la vieja edición de su primera novela porque decidió publicarla bajo el sello Holden & Hardingham de Londres. Once años más tarde se incluyó un cuento suyo en una importante antología de la Faber & Faber.
En América, H.C. Koening, un joven entusiasta, se lo debió pasar muy bien leyendo Los botes del “Glen Carrig”. Eso hizo que le buscase por todas las antologías de su país para seguir disfrutando del escritor inglés. Pero en América no había rastros del pequeño marinero. Koenig tuvo que buscarle como un detective de la literatura por los anticuarios ingleses, que encontraron algunas ediciones de sus libros. Tras leerlos llegó a la conclusión que Hodgson debía salir del injusto olvido en que lo habían sumido su muerte y la escasa lealtad de los aficionados. Escribió ensayos y lo recomendó a los editores de su país como el que recomienda a un buen amigo para que trabaje en su empresa. El empeño fue fructífero y en 1945 se publicó en América la primera novela de Hodgson y sus infiernos marinos salieron a la luz. Habían navegado entre Inglaterra y América durante demasiados años pero el final era feliz.
Y es así como se fue disipando ese desconocimiento no vergonzante pero sí injusto y cómo Hodgson se hizo acreedor de ciertas ilustres miradas como la de Lovecraft, que alabó La casa en el confín de la tierra (probablemente leyó la edición inglesa ya que murió antes de la primera edición norteamericana de la primera novela de Hodgson). Clark Ashton Smith se decantó por El reino de la noche. August Derleth, mejor editor que escritor, apadrinó dos novelas suyas...
En España, la primera referencia que me llega del autor es de 1978 y la siguiente de 1992. A partir del 97 Valdemar nos llena las estanterías con sus libros. Imagino que de un modo u otro, Hodgson ha llegado a más aficionados en los últimos tiempos por el cauce Valdemar que por otra editorial (aunque La casa en el confín... estaba incluida en cierta colección de quiosco). Se han publicado libros suyos muy recientemente, todavía está fresca la tinta de sus páginas, parece que el futuro es continuar con esa labor editora en castellano. ¡Y vaya si merece la pena!
Hodgson es el maestro del ambiente por excelencia. La atmósfera envuelve al lector casi desde el principio. Y aunque sabemos que lo que cuenta es inventado e irreal, lo hace con tanto convencimiento (el convencimiento de los cuentistas lobos de mar) que conseguimos suspender la incredulidad, le damos un voto de confianza y nos sumergimos en sus páginas como sus monstruos en sus mares de pesadilla.
Como decía al principio y durante el artículo, hay una ignorancia que produce más vergüenza que otra. La de Hodgson, hasta ahora, se disculpaba. Pero por poco tiempo. Acaba de iniciar su crucero hacia la fama en las letras hispanas. Y estoy seguro de que llegará a buen puerto.
Bibliografía de Hodgson en castellano:
El reino de la noche. Francisco Arellano, Editor. Madrid, 1978.
Carnacki, el cazafantasmas. Anaya. Col. Última Thule. Madrid, 1992.
La nave abandonada y otros. Valdemar. Club Diógenes, 67. Madrid, 1997.
La casa en el confín de la tierra. Valdemar. Club Diógenes, 93. Madrid, 1998.
Un horror tropical y otros. Valdemar. Club Diógenes, 118. Madrid, 1999.
Los piratas fantasmas. Valdemar. Club Diógenes, 129. Madrid, 1999.
Los botes del “Glen Carrig”. Valdemar. Club Diógenes. Madrid, 2002.
Texto de Sergio Gómez Reinaldos extraído de http://www.ciberdark.net/
6 comentarios:
¡Guau! Felicidades a quien haya hecho este trabajazo. R...¿estás por ahí?
Ay, si es que con tanto texto me pierdo, que ya he visto de dónde es la fueste. Perdón...
Bueno, pues felicitemos a Sergio Gómez Reinaldos y a la sartenet (Maelstrom?)que lo ha encontrado. Me ha gustado mucho la anecdota con Houdini!
Ya sabía yo que os iba a gustar...
Me ha emocionado un poco que se hable de mí, el escritor de este texto. Yo soy ese Sergio aunque aquí use el seudónimo de David.
Me ha emocionado un poco que se hable de mí, el escritor de este texto. Yo soy ese Sergio aunque aquí use el seudónimo de David. Seguiré leyendo este blog.
Publicar un comentario