La familia Monster lee en verano
(también en otoño, en invierno, en primavera...)
Gracias a la rapiña de suplementos culturales que lleva a cabo Madame Insonrible en su oficina, repescamos para el blog la interesante reseña del escritor y crítico literario Rodrigo Fresán de Siempre hemos vivido en el castillo:
Familia Monster
Esto es leyenda y es, también, verdad:
el 26 de junio de 1948 la entonces «para toda la familia» The New
Yorker publica esa cumbre del relato macabro que es «La lotería».
Reacción instantánea: cientos de lectores horrorizados cancelan su
suscripción al semanario, miles de cartas expresando furia y casi
–como en el cuento en cuestión– demandando el linchamiento en
público de la autora. Una tal Shirley Jackson (San Francisco,
1916-1965). Desde entonces ha sido considerada reina del espanto
doméstico y, a partir de 2010, está inscrita en el glorioso
catálogo de The Library of America junto a Mark Twain, Eudora Wty,
Herman Melville, FrancisScott Fitzgerald, Willa Cather, William
Faulkner, Saul Bellow, Edith Wharton, Philip Roth, etc.
The haunting
(Robert Wise, 1963),
adaptación de la novela La maldición de Hill House.
Siempre hemos vivido en el castillo es,
junto a La maldición de Hill House, su novela más conocida y
celebrada. Ambas recurren a una de las claves de la obra jacksoniana,
el lugar cerrado y encerrado, y funcionan como hermanas gemelas pero
diferentes. Mientras la segunda reformula el tópico de la casa
embrujada, la primera opta por un realismo irreal. Lo que es
sobrenatural en Hill House, en la mansión Blackwood es natural pero
monstruoso.
Gran parte del escalofríopro viene de
la magistral y poco fiable voz de la adolescente Mary Katherine
«Merricat» Blackwood desgranando el espanto de amarse tanto en
familia (junto a su temerosa hermana mayor, la frágil Constance, y
su inválido y memorioso tío Julian) y de estar aislados y asediados
por todo un pueblo de Nueva Inglaterra que los considera poco menos
que monstruos.
Mujer lobo
La idea de una disfuncionalmente
funcional familia muy normal que no lo es tanto encuentran en Jackson
a una médium perfecta para amueblar su plano lleno de rincones
oscuros. Merricatt –como la Frankie de Carson McCullers,la Scout de
Harper Lee o la Mattie de Charles Portis– es alguien de quien nos
hacemos amigos desde las primeras líneas sabiendo que, detrás de su
gracia al confesarnos que le gustaría haber nacido mujer lobo,
aletea la desgracia del deseo concedido de manera retorcida y,
sorpresa, el más bestial y triste final feliz.
Así, Mattie como bruja autodidacta
cuyo hechizo es poderoso y cuyo influjo resulta más que visible hoy
en autores como Stephen King, A. M. Homes, Stephen Millhauser, Joyce
Carol Oates, Richard Matheson o Kelly Link. Y cuya discusión sobre
venenos y pócimas anticipa el final de una hechicera mayor. El de su
creadora, que murió a los cuarenta y ocho años, alcohólica y
adicta a las anfetaminas, obesa mórbida y, en los últimos meses,
agorafóbica y encerrada en la pequeña habitación del castillo de
sus pesadillas, que también –en lo poco que tardamos en leer este
pequeño gran libro– son y serán las nuestras.
RODRIGO FRESÁN