¡Domingo de lluvia de estrellas en La Sartén Littéraire! Al mítico Estudio 2, la acogedora nave espacial de nuestros anfitriones Julián y su gata Lola, acudieron: Insonrible, Closeau, Samedimanche, B. Powerful, LittleEmily, La Abutrí de Getafe (¡qué bien que estuviera en Barcelona!), Raúl, Toronto y desde México nuestra sartencita Kira, en una conexión transoceánica vía satélite digna de 300 Millones con Pepe Domingo Castaño y Guadalupe Enriquez.
En las imágenes, menú intergaláctico:
Pastel de salmón del planeta Mercurio. Arroz integral y lonchas de pavo del planeta Triglicero. Sobrasada y longaniza del planeta Colesterol.
También hubo platos y postres típicos de la Tierra: pollo asado, croquetas caseras, roscón de crema y chocolates.
Para beber, coca-cola, cervezas y vino, entre el que destacó uno blanco muy bueno que Closeau trajo de Colliure, un bonito pueblo de un planeta llamado Francia.
Bradbury no pensó en un futuro con e-readers ¿Arderá el libro electrónico a 451 grados fahrenheit?
Bradbury, Ray
Crónicas marcianas
Traducción de Francisco Abelenda
Barcelona: Minotauro, 2007. 272 p.
ISBN: 9788445076538. 7,95 €
Antes de empezar incluso a comer, Raúl ya iba proclamando a viva voz con entusiasmo el éxito unánime de Crónicas marcianas: ¡la mejor novela norteamericana de todos los tiempos! Y sí, a todos nos gustó mucho. Solo a Samedimanche le costó un poco arrancar con los dos primeros cuentos, que le parecieron una combinación entre Mortadelo y Filemón y Tony Leblanc en Almería... pero nada, fue una falsa alarma y continuó encantada hasta el final. Todos caímos rendidos ante el poderío de Ray Bradbury. Nos preguntamos por qué en esas listas de lo mejor de la literatura norteamericana no suele aparecer Bradbury. Nosotros mismos respondimos: Primero, como dijo Samedimanche, porque esas lista las hacen los esnobs! Segundo, por pagar el precio de tocar la ciencia ficción. Grave error, pensamos. Como apuntó Insonrible, por encima de géneros, Bradbury demuestra ser un humanista, la suya es una ciencia ficción con corazón. Una ciencia ficción de una imaginación y belleza desbordantes que en Crónicas marcianas le sirve de excusa para airear lo peor de la sociedad norteamericana y de la humanidad en general. La colonización de Marte ante una inminente guerra nuclear no podía ser más desastrosa, copiando al milímetro los errores cometidos ya una y otra vez en la Tierra: exterminio (pon marcianos donde aquí fueron aborígenes americanos), destrucción del paisaje (edificando a imagen y semejanza los pueblos y ciudades de la Tierra), prepotencia ... Los humanos, allá donde van, la cagan.
¡Concurso de portadas!
Ganó la primera edición de Minotauro
(el azul verdoso, en el medio a la izquierda),
ejemplar descatalogadísimo y propiedad de Julián, nuestro anfitrión.
Crónicas marcianas (¡¡que Bradbury escribió con 25 años de edad!!) te va atrapando en crescendo, sorprende gratamente por su lirismo (homenajes explícitos a Baudelaire, Poe y Teasdale incluidos) y unas descripciones preciosas del paisaje del planeta rojo. Sobrecogedor. Pero también porque en su estilo hay fuertes dosis de ironía, negro sentido del humor y, sobre todo para los de su especie planetaria, crueldad. No deja títere con cabeza, sin piedad, por ejemplo en
Aunque siga brillando la luna, celebrado cuento donde muestra con más intensidad su pesimismo respecto a la humanidad. O, en otro de los relatos, esa sutil alusión al Klu Klux Clan: ¿qué harán por las tardes los blancos si todos los afroamericanos emigran a Marte? Brutal. Y muchos más momentos interestelares que repasamos durante la velada marciana: ese insólito puesto de perritos calientes, la suplantación de los seres queridos fallecidos por marcianos y robots, los últimos habitantes del planeta al teléfono, la recreación de la Casa Usher en Marte (¡ya tarda Tim Burton en adaptar ese cuento!)... Hasta llegar al último,
La excursión de un millón de años, el mejor colofón posible, señaló Julián: al final resultó que los humanos terminaron siendo los mismos marcianos. Y es que Bradbury, en realidad, no se fue tan lejos y su novela bien podría ser un trasunto de la Guerra Fría. La primera edición se publicó en 1950, cinco años después de la Segunda Guerra Mundial y dentro del tira y afloja entre los USA y la URSS... que no nos poníamos de acuerdo en las fechas, pero ni el espía que surgió del frío ni la cortina rasgada lo aclaró, lo tuvo que mirar La Abutrí en la
Wikipedia.
Y con este excelente sabor de boca, qué más podríamos leer de Ray Bradbury? Julián recomendó, con algún reparo (¡ese perro robot!), Fahrenheit 451 y con más seguridad sus cuentos completos. Otra recomendación, no de Bradbury pero ideal para seguir en la línea de la ciencia ficción con más alma que tecnología, fue Solaris de Stanisław Lem.
Después del café, continuó la tertulia en el sofá y alrededores, agarrados, o no, a un cojín, ahora charlando sobre mil temas más y esperando la llamada de Kira. ¡Y de repente sonó el ring en el ordenador! Al tercer o cuarto intento (
Houston, we have a problem), la conexión sartén satélite México DF – BCN funcionó a la perfección!
Tierra versus Marte
Intercambio de saludos con nuestra sartencita mexicana (también con su hermana y su señor padre) entre griterío, alboroto y alegría general a los dos lados del océano. Kira estuvo de acuerdo en todo lo que habíamos hablado sobre
Crónicas marcianas, añadiendo que le había recordado el espíritu de una de las películas mexicanas de Buñuel:
Abismos de pasión (y por detrás Samedimanche y LittleElmily, las sartencitas más decimonónicas, gritaron: ¡¡Cumbres Borrascosas!!). Como en México eran las 10 de la mañana, mientras Kira hablaba, iba también desayunando, así que a Toronto le pareció que debía informarla que: ¡Aquí hemos comido pollo! Momento marciano total... o como dijo Julián, momento:
Vente el domingo, te cuento y comemos pollo.
La próxima lectura en La Sartén nos devolverá a la Tierra, concretamente a Brooklyn, la novela del irlandés Colm Tóibín que ha escogido B. Powerful.