La Sartén Littéraire sorprendió a Bernhard charlando de literatura con unas amigas salchichas. Ellas estaban un poco cansadas porque habían acabado de hervir en la olla exprés, así que no le pudieron seguir muy bien el hilo. Encomendaron al escritor austriaco a que volviera a visitarlas pasada una media hora (si al volver ya no estaban, el escritor seguramente adivinaría que habrían sido presas de algún canino de los que se encontraban sentados alrededor de la mesa, que para algo era un escritor de mentalidad funeraria).
Como las salchichas eran unas "cocidas" y unas sosas, Bernhard decidió cambiar de interlocutor y comenzó a darle la tabarra a la mostaza. El problema es que era una mostaza "ancienne" y, además, de Dijon, con lo cual no entendía el alemán y el escritor austriaco no estaba en predisposición de practicar su francés porque le desviaba de su tema preferido: criticar a la sociedad vienesa. Claro, esta crítica pierde intensidad en la lengua de Balzac...
Berharn escapó despavorido de la mostaza "ancienne" cuando una enorme salchicha de Frankfurt pasó sobre su portada. Dios mío, ¡parecía un zeppelin de la primera guerra mundial sobrevolando el imperio austro-húngaro!
Una vez a salvo, el escritor levantó la cabeza de la portada y se descubrió rodeado de una orgía de carne con tomate ketchup y más mostaza de Dijon ("qué pesada la francesita", pensó).
Deambulando por el mantel rallado encontró, por fin, a alguien civilizado que consultaba sus apuntes sobre sus cuentos. Más tarde descubrió que el caníbal cultivado había anotado las diferentes formas de "morir" que aparecen en el libro. Dejaremos ahora a Freud de lado, aunque también pertenezca a la sociedad vienesa y burguesa...
El caníbal civilizado insistía en sus notas....
Entonces Bernhard decidió darse a la bebida. Se acercó al grupo formado por la cerveza alemana y la mostaza de Dijon, que todavía no se había marchado en el "Concorde" de las 16:00h. No le interesó la conversación sobre la cebada y el mundo del campo en general.
Unas rallas más abajo del mantel, los inevitables panecillos de Viena hicieron su acostumbrada aparición en cualquier acto social vienés: "Mirad, mirad, qué redonditos somos. Somos los más monos de Austria!...
Suerte que por allí merodeaba también el chucrut alemán para dejar su olor fuerte y agrio. Como algunos de los cuentos del escritor vienés. Esta compañía gustó más a Bernhard, así que se apalancó un rato en la fuente de chucrut para charlar sobre los aspectos agrios de la vida (vienesa...).
(continuará...)